lunes, 11 de enero de 2016

Y sigo viva...

Parece mentira, ha pasado tanto tanto tanto tanto tiempo que creo que ya ni me acuerdo cómo se escribe aquí.
Casi he vuelto de un retiro de muchos años en el que mi vida está completamente cambiada.
Tengo una niña (preciosa, por cierto), soy feliz (antes también lo era) y hasta yo, físicamente he cambiado.

Ahora trabajo en la capital y no sé si eso es un avance o un retroceso. Las cosas aquí son... completamente diferentes. La gente va a lo suyo, hay reinos de taifas, nadie quiere saber nada y parece que la educación se mueve mucho más en los pueblos que en las ciudades. Aquí vienen los cansados, los mayores, los que ya están un poco de vuelta de todo.
Es triste. Es triste que veas cómo compañeros que se están dejando los cuernos están dándose de cabezazos con la pared de quien no quiere hacer nada.
Te das  cuenta, entonces, de que nosotros somos nuestros mejores y nuestros peores enemigos. Los compañeros, quienes deberíamos estar unidos tirando de este carro, para que la educación cambie, los que debemos buscar un bien común por el que tirar (nuestro alumnado), nos estamos tirando de los pelos por, en muchos casos, ver quién trabaja menos.
Yo, desde mi esquinita, me comprometo a no perder la ilusión.
¿Me acompañáis?